La decisión del Perú de codesarrollar y coproducir submarinos de la clase HDS-1500 en alianza con Corea del Sur representa un movimiento estratégico de largo alcance. No se trata únicamente del reemplazo de una flota envejecida, sino de la construcción de capacidades industriales y tecnológicas que redefinen la posición del país en el equilibrio naval sudamericano.

Durante décadas, la Marina de Guerra del Perú ha sostenido su disuasión marítima sobre submarinos de la familia U-209, cuya arquitectura responde a necesidades y amenazas de la Guerra Fría. La introducción de submarinos equipados con baterías de ion-litio y sistemas acústicos de baja detectabilidad cambia el perfil operativo del país: mayor autonomía, mayor sigilo y capacidad de patrulla prolongada en el Pacífico Sur. La consecuencia estratégica es clara: la negación del mar se vuelve más creíble y más difícil de contrarrestar.

Pero la dimensión verdaderamente estructural del acuerdo reside en SIMA Perú. El astillero, históricamente orientado al mantenimiento y modernización, ingresa en la etapa más compleja de la industria naval militar: construcción submarina con transferencia tecnológica. La integración de ingenieros peruanos en etapas de diseño e integración de sistemas supone un salto de capital humano y conocimiento que no depende solo de inversión, sino de continuidad política y planificación industrial sostenida.
Para Corea del Sur, el acuerdo consolida su proyección como proveedor global de plataformas navales avanzadas, disputando espacio a fabricantes europeos. Para el Perú, en cambio, el desafío no es demostrar voluntad: es sostener una política de Estado que trascienda cambios de gobierno, ciclos de presupuesto y prioridades coyunturales. Los programas de defensa de esta escala fallan cuando son tratados como adquisiciones, y solo prosperan cuando son concebidos como proyectos industriales y tecnológicos nacionales.
La afirmación de que el Perú busca posicionarse como potencia submarina en América no debe interpretarse en clave retórica. En el Pacífico, donde el control de rutas marítimas y la protección de recursos pesqueros son factores determinantes, la capacidad submarina constituye el verdadero núcleo de la disuasión estratégica. La incorporación de plataformas modernas consolidará esa posición, pero también generará respuestas regionales —particularmente en Chile, que mantiene su propia agenda de modernización naval.
El éxito del programa dependerá de tres condiciones:
- Financiamiento estable a largo plazo. La construcción y sostenimiento de submarinos no se mide en años, sino en décadas.
- Transferencia tecnológica verificable. No basta con ensamblar; es necesario adquirir la capacidad de sostener y modernizar.
- Protección institucional del proyecto. La política de defensa debe mantenerse como política de Estado, no de gobierno.

Si estas condiciones se cumplen, el Perú no solo renovará una flota: ingresará en el grupo limitado de países con capacidad propia para construir y sostener submarinos modernos. El impacto no será inmediato, pero sí profundo. Se trata de una apuesta por la autonomía estratégica y por el fortalecimiento de la industria nacional. Una apuesta que, si se gestiona con rigor, definirá el perfil marítimo del país en las próximas décadas.
SANTIAGO DE CHILE ,NOVIEMBRE 2025
Poder Geopolítico