Un «hito estratégico» con el freno de mano puesto
La tan anunciada compra de cazas F-16 por parte de Argentina, provenientes de los depósitos de la Fuerza Aérea de Dinamarca, ha sido presentada con bombos y platillos por el Gobierno como una victoria estratégica.

Sin embargo, bajo la superficie del triunfalismo oficial, se esconde una realidad mucho menos gloriosa: los aviones llegarán con el freno de mano puesto y los ojos vendados. Literalmente.
El radar bloqueado por razones geopolíticas
En un nuevo capítulo de la soberanía condicionada, los flamantes F-16 aterrizarán en suelo argentino con limitaciones de radar impuestas por el Reino Unido —sí, el mismo país que ocupa las islas Malvinas desde hace más de cuatro décadas. Fuentes castrenses locales advierten que los cazas vendrán capados electrónicamente: su radar de tiro, el corazón de su letalidad, estará reducido a un alcance miserable de 60 millas náuticas.
Blancos perfectos para el Sky Sabre británico

Esto mientras los británicos despliegan en las islas sistemas como el Sky Sabre, con un rango de 300 millas. Un abismo tecnológico que convierte a los nuevos aviones argentinos en poco más que relucientes blancos voladores. Detrás de esta mutilación, no hay fallas técnicas: hay alineamientos políticos. Y la OTAN, con Londres y Washington al timón, se asegura de que las reglas del juego no cambien.
El “software soberano” que depende de otros

El ministro de Defensa, Luis Petri, intenta esquivar las críticas insistiendo en que Argentina podrá reprogramar los sistemas y que la incorporación de tecnología de guerra electrónica de la empresa danesa Terma es parte de una «estrategia de autonomía». Pero la autonomía que depende de la buena voluntad de terceros es un oxímoron. Y el TAPE —la configuración de software— sigue bajo control foráneo.
La política exterior ajena define el poder aéreo local
Como si fuera poco, se reconoce públicamente —con desparpajo incluso— que Argentina no pudo vender el entrenador Pampa III a Bolivia por el veto israelí, debido a los vínculos de La Paz con Irán. Es decir, la política exterior de otros define hasta dónde puede o no puede comerciar Argentina. ¿Y todavía hablamos de autonomía?
Saltos tecnológicos… sin propulsión estratégica

La embajadora danesa destaca el “salto tecnológico” que supone esta adquisición. Y sí: en comparación con una fuerza aérea que no tiene cazas supersónicos desde 2015, cualquier cosa con postquemador parece un progreso. Pero el problema no es el avión: es lo que le han hecho. Un F-16 limitado, sin armamento de última generación, sin portaaviones, y con condicionamientos geopolíticos, es poco más que un símbolo de dependencia con pintura nueva.
Entrenamiento en EE.UU., bajo la sombra del control
Mientras tanto, pilotos argentinos se entrenan en Estados Unidos, en el mismo país que garantiza que jamás esos F-16 se acerquen con capacidad ofensiva real a las Malvinas. Es un juego de sombras: se compra soberanía con letra chica, y se vende autonomía bajo condiciones impuestas por quienes siguen considerando al Atlántico Sur como su patio trasero.
Soberanía estratégica: promesa rota, radar apagado

¿Modernización? Tal vez. ¿Disuasión? Difícil. ¿Soberanía? Cada vez más relativa. Porque la verdad incómoda es que estos aviones, aunque vuelen alto, siguen dependiendo de decisiones tomadas muy lejos del espacio aéreo argentino.
Lealtad sin premio: Milei se arrodilla y Occidente le pone candado

La compra limitada de F-16 es apenas un síntoma más. Desde que Javier Milei asumió la presidencia, su política exterior ha sido un alineamiento sin matices con Washington y Tel Aviv, que va desde el traslado simbólico de la embajada a Jerusalén hasta gestos diplomáticos de subordinación abierta a la OTAN. Sin embargo, a la hora de negociar tecnología militar, acuerdos económicos o defensa soberana, Argentina sigue recibiendo lo mismo de siempre: restricciones, condicionamientos, y ninguna ventaja tangible.
Ni la Casa Blanca ha abierto la billetera, ni Israel ha cedido vetos tecnológicos, ni los aliados «naturales» han defendido el reclamo argentino por Malvinas en ningún foro relevante. El gobierno argentino entrega soberanía discursiva, pero recibe software bloqueado. Ofrece fidelidad, y obtiene desprecio técnico. La ecuación no cierra.
En este contexto, el F-16 llega como metáfora perfecta del experimento Milei en política internacional: un avión supersónico que no puede volar donde importa, adquirido con entusiasmo, pero atado por dentro. Como su política exterior: veloz en gestos, pero limitada en resultados.
Santiago de Chile, julio 2025