El Ejército sin caja: síntomas de una fragilidad estratégica

Soldados sin himno ni recursos: el costo de la desafección nacional

El reciente oficio firmado por el General Rodrigo Pino jefe del Estado Mayor General del Ejército de Chile y de quien se anunció su paso a retiro, no deja lugar a interpretaciones complacientes. En tres puntos concretos, el documento reconoce:

  1. Que el Ejército ha agotado la totalidad de la caja presupuestaria asignada por el aporte fiscal, exceptuando las remuneraciones.
  2. Que existe falta de liquidez para financiar compromisos económicos básicos, lo que podría afectar los pagos dentro de los próximos 30 días.
  3. Que sin una inyección de recursos extraordinarios, la institución deberá declarar formalmente la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones financieras operativas.

En lenguaje militar, eso significa que la principal fuerza terrestre del país está funcionando en modo de contingencia, sin fondos suficientes para garantizar su operatividad rutinaria. Pero lo que en apariencia es un problema administrativo, en realidad revela una crisis estratégica de fondo.


Un ejército en la cuerda fiscal

El déficit estimado por Iturriaga ronda los 40 mil millones de pesos, una cifra modesta en términos macroeconómicos, pero crítica en términos operacionales.
La falta de caja refleja una política de defensa que ha sido tratada como gasto y no como inversión, como carga y no como columna vertebral del Estado.
El mensaje es inquietante: Chile exige cada vez más a sus Fuerzas Armadas, pero las financia cada vez menos.

EL ENTORNO VECINAL

Mientras tanto, el entorno vecinal se rearma.
Perú avanza en coproducción naval con Corea del Sur y amplía su parque blindado; Brasil impulsa su base industrial de defensa con Embraer y Avibras; Argentina retoma su modernización aérea; y Bolivia incrementa su inversión en defensa fronteriza, tecnología de vigilancia y drones de procedencia iraní.
En ese contexto, el Ejército chileno —sin liquidez y con un presupuesto en descenso real— corre el riesgo de perder la ventaja cualitativa que mantuvo durante décadas.


La paradoja del desprecio simbólico

A la precariedad presupuestaria se suma un malestar simbólico.
El reciente rechazo político a la interpretación de la tercera estrofa del Himno Nacional —la que menciona “vuestros nombres, valientes soldados”— ha sido percibido dentro del mundo castrense como una forma de desarraigo y desafección institucional.
En un país donde se espera que los militares contengan incendios, custodien fronteras, resguarden elecciones y apoyen la seguridad interior, la censura social a una estrofa del himno nacional parece menor. Pero es reveladora: se exige obediencia, se niega reconocimiento.
El poder político quiere fuerzas armadas útiles, pero no visibles; presentes, pero no reconocidas.


Militares de orden público y catástrofes naturales

El Ejército chileno ha sido forzado a asumir funciones casi policiales en zonas de conflicto interno y catástrofe natural:

  • Operaciones de seguridad en la Macrozona Sur (con carácter antiterrorista de facto).
  • Despliegues en la Macrozona Norte para el control migratorio.
  • Intervenciones en emergencias forestales y logísticas durante crisis climáticas.

Estas misiones, todas legítimas en su necesidad, distorsionan sin embargo la función primaria de la institución: la defensa nacional.
Cada patrullaje civil, cada despliegue de emergencia, consume horas de vuelo, combustible, logística y personal que no se entrena para su tarea esencial: combatir y disuadir.

En el fondo, el país ha convertido a sus militares en un cuerpo de asistencia nacional polivalente, pero no en una fuerza de defensa moderna.


Un espejo de fragilidad nacional

Cuando un Ejército anuncia que no tiene dinero para operar, lo que está en crisis no es la institución, sino el Estado.
La defensa no es un lujo; es una infraestructura invisible que sostiene la estabilidad, la soberanía y la credibilidad internacional de un país.
Desatenderla es tan peligroso como descuidar los cimientos de un edificio en zona sísmica: tarde o temprano, la grieta se abrirá.

El déficit del que habla el general Pino no es solo un número rojo, sino un síntoma político.
Simboliza un país que delega en sus militares las crisis que no puede resolver, los despliegues que no puede financiar y las emergencias que no puede prevenir. Un país que canta a la patria pero censura socialmente las estrofas alusivas a sus soldados.

Si el siglo XXI avanza hacia una era de conflictos híbridos y de economías militarizadas, Chile haría bien en entender que la defensa no se improvisa ni se terceriza.
Requiere planificación, recursos y respeto institucional.
Porque sin ellos, la seguridad nacional no es más que una consigna, y el Ejército, una institución sin caja…

Santiago de Chile Noviembre del 25

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