Un nuevo tipo de explosivo basado en hidruro de magnesio, creado por científicos chinos, promete devastación térmica sin romper tratados nucleares.

El mundo observa con alarma. ¿Cómo debería responder Chile ante este salto tecnológico y legal?
I. El nacimiento de una nueva era armamentista
En abril de 2025, en medio del creciente nerviosismo regional por Taiwán y la carrera armamentista asiática, China reveló al mundo una innovación que marca un antes y un después en la guerra moderna: la prueba exitosa de un explosivo no nuclear a base de hidrógeno, capaz de desencadenar una bola de fuego sostenida, sin lluvia radiactiva.
El dispositivo, desarrollado por el Instituto de Investigación 705 de la Corporación Estatal de Construcción Naval de China (CSSC), utiliza hidruro de magnesio (MgH₂) para liberar grandes cantidades de hidrógeno en una reacción química intensamente controlada. El resultado: temperaturas superiores a los 1000 °C y un infierno térmico que se extiende por más de dos segundos, unas 15 veces más duradero que una explosión de TNT comparable.
“No se trata de una bomba atómica, pero puede fundir acero y arrasar posiciones fortificadas sin disparar una sola ojiva nuclear”, comentó un alto oficial del EPL bajo anonimato.
II. Ciencia limpia transformada en arma de precisión

Originalmente concebida como parte de un programa de energía limpia, esta tecnología fue militarizada en secreto. Gracias a un nuevo proceso de síntesis química en la provincia de Shaanxi, China ahora produce 150 toneladas anuales de hidruro de magnesio, superando las limitaciones previas de seguridad y escala.
La reacción del dispositivo no depende de fusión nuclear, sino de química pura. Pero su capacidad de generar calor intenso durante segundos lo vuelve comparable —en algunos efectos— a las armas termobáricas más temidas.
“Las llamas se expanden velozmente, con mínima energía de ignición y gran alcance de propagación. El infierno puede desplegarse sin romper el TNP”, explicó el científico principal del proyecto, Wang Xuefeng.
III. Aplicaciones bélicas: drones, submarinos, ciudades

Versatilidad táctica:
El tamaño compacto del explosivo lo hace ideal para drones, misiles de precisión, torpedos y municiones guiadas. No requiere plataformas pesadas como el TOS-1A ruso. Entre sus posibles usos se incluyen:
- Ataques quirúrgicos térmicos: incinerar depósitos, radares o tropas sin causar daño colateral radiológico.
- Negación de áreas: crear zonas prohibidas mediante calor sostenido, perturbando logística enemiga.
- Guerra naval sin radiación: en torpedos o UUV, derretir cascos de buques enemigos sin consecuencias nucleares.
Comparación internacional:
Sus efectos se asemejan a los de la “MOAB” estadounidense (Massive Ordnance Air Blast), pero con mayor flexibilidad estratégica y menores costos políticos.
IV. La nueva “bomba H” sin fusión nuclear: zona gris legal
Este explosivo abre un dilema legal inquietante. No es una bomba nuclear, por lo que no infringe directamente tratados como el TNP o el TPCE. Tampoco es una bomba química, dado que su mecanismo no recurre a sustancias tóxicas prohibidas.
Este vacío normativo puede alentar una nueva carrera armamentista de armas térmicas “limpias” por parte de potencias regionales. La disuasión cambia de rostro: ya no se trata de radiactividad, sino de calor dirigido y destrucción quirúrgica.
V. Ética, terror y negación urbana
La comunidad internacional y expertos en derecho humanitario han expresado una alarma creciente. Aunque no causa radiación, el uso de una bola de fuego sostenida en entornos urbanos o búnkeres subterráneos podría generar efectos indiscriminados, similares a las armas termobáricas, condenadas por múltiples ONGs.
“Se corre el riesgo de legalizar el infierno táctico”, advirtió un observador de la Cruz Roja Internacional. “Heridas internas, asfixia, daño masivo sin posibilidad de defensa”.
VI. Reacción global y carrera en el Indo-Pacífico
Estados Unidos y sus aliados ya han tomado nota. En Taiwán, analistas estratégicos temen que esta arma sea utilizada para romper defensas urbanas o subterráneas. La versatilidad y legalidad del dispositivo lo convierten en una herramienta ideal para operaciones psicológicas y negación de comando.
En India, Japón y Australia —miembros del QUAD— se debate si responder con armas de características similares. La carrera ha comenzado, pero esta vez sin fisuras nucleares.
CHILE: Regulación inteligente sin renunciar a la oportunidad estratégica
La aparición de armas térmicas no nucleares de alta intensidad, como el explosivo chino basado en hidruro de magnesio, plantea un dilema doble para países como Chile:
- Por un lado, requiere una respuesta diplomática para evitar una proliferación descontrolada que aumente la asimetría de poder global.
- Pero por otro, abre una oportunidad tecnológica y estratégica inédita para países no nucleares de contar con capacidades disuasivas no prohibidas por los tratados internacionales actuales.
En este nuevo escenario, Chile debe equilibrar su histórica vocación por la diplomacia y el derecho internacional con una estrategia de autonomía tecnológica inteligente.
1. Liderar una iniciativa internacional de regulación de armas térmicas no nucleares
Chile podría promover en la ONU y foros regionales una Convención sobre Armas de Efecto Térmico Prolongado, que busque evitar su uso indiscriminado, especialmente en zonas densamente pobladas o sin posibilidad de defensa.
Sin embargo, esta iniciativa debe dejar espacio para que Estados no nucleares puedan acceder a tecnologías disuasivas no prohibidas, evitando que el desarme solo se aplique a los países más débiles.
Postura chilena: Regular con responsabilidad, pero sin legitimar la monopolización del poder destructivo por parte de las potencias nucleares.
2. Explorar el potencial de tecnologías térmicas avanzadas como capacidad disuasiva asimétrica
Dado que este tipo de armamento no infringe tratados como el TNP ni genera lluvia radiactiva, podría representar una oportunidad para Chile de contar con capacidades de defensa de alta intensidad que no impliquen romper sus compromisos internacionales.
A través de investigación aplicada en colaboración con centros internacionales y universidades, Chile podría evaluar:
- Su viabilidad como disuasión costera o antinaval.
- Su integración en sistemas no tripulados defensivos.
- Su utilidad como negación de área en conflictos limitados.
Ventaja: Una capacidad asimétrica que no cruce el umbral nuclear, pero ofrezca un factor de disuasión creíble ante amenazas externas.
3. Crear un Centro Chileno de Estudios sobre Tecnologías de Guerra Emergente
Una unidad interdisciplinaria entre el Ministerio de Defensa, universidades tecnológicas y centros de innovación, dedicada a:
- Estudiar los usos duales de materiales energéticos como el MgH₂.
- Evaluar riesgos, aplicaciones civiles y militares.
- Desarrollar una doctrina de empleo ético y estratégico bajo control democrático.
Propósito: Garantizar que cualquier capacidad emergente se base en transparencia, control civil y no se convierta en una herramienta de agresión.
4. Reforzar alianzas técnicas con países del Sur Global
Chile debe aprovechar su prestigio en diplomacia internacional y no proliferación para:
- Crear una red de cooperación tecnológica defensiva con países como Brasil, Sudáfrica, Egipto o Indonesia.
- Compartir conocimientos sobre tecnologías de uso dual sin quedar subordinado a potencias nucleares.
- Impulsar una gobernanza global más equitativa en el uso de estas nuevas armas.
Mensaje estratégico: La seguridad no debe ser el privilegio de las grandes potencias. La disuasión justa también es parte de la soberanía.
Conclusión: Diplomacia con dientes, autonomía sin arrogancia
Chile tiene la posibilidad histórica de liderar una nueva conversación internacional sobre el futuro de la guerra sin bombas nucleares. Al mismo tiempo, puede considerar —con cautela estratégica— el desarrollo responsable de capacidades térmicas avanzadas como mecanismo de disuasión en un mundo donde las amenazas ya no son convencionales.
Esta no es solo una amenaza: es una oportunidad para pensar la defensa nacional del siglo XXI desde la ciencia, la ética y la soberanía.