Un precedente que normaliza la barbarie

El ataque preventivo lanzado por Estados Unidos contra instalaciones en Irán marca un hito sombrío en la historia del orden internacional contemporáneo. No se trató de una respuesta ante una agresión concreta ni de una reacción defensiva ante un ataque inminente. Fue una acción anticipatoria —y por lo tanto arbitraria— justificada por lo que Teherán podría hacer algún día. Un castigo por una capacidad potencial. Un misil contra la posibilidad.

Esta doctrina de la guerra preventiva, que alguna vez se articuló con retórica y cinismo tras los atentados del 11 de septiembre, ha regresado ahora sin disfraz, aplicada directamente sobre un Estado soberano y sin mediación institucional. Lo que está en juego no es sólo el destino de Irán o del Medio Oriente, sino el derecho de todos los países a desarrollar sus capacidades científicas y tecnológicas sin ser tratados como amenazas existenciales.

El Sur Global ante el precedente nuclear: entre la latencia y la soberanía

El Sur Global no puede permitirse ignorar el nuevo estándar que este ataque ha comenzado a fijar: la posibilidad de que cualquier país con capacidades tecnológicas estratégicas —ya sea en energía nuclear, misiles, drones, satélites o inteligencia artificial— sea considerado un objetivo militar legítimo. No por lo que ha hecho, sino por lo que podría, hipotéticamente, intentar. En este nuevo marco, la latencia tecnológica se criminaliza, y el desarrollo soberano se convierte en una sospecha permanente.

¿Quién será el próximo? ¿Un reactor civil en Egipto? ¿Un centro espacial en Brasil? ¿Un laboratorio en Sudáfrica? La pregunta ya no es paranoica, sino estratégicamente inevitable.

La hora de una respuesta colectiva

El Sur Global enfrenta una encrucijada: aceptar este precedente como una nueva «normalidad» o reaccionar con unidad, claridad y audacia. La fragmentación ha sido durante décadas el talón de Aquiles de las potencias emergentes. Hoy, sin embargo, la vulnerabilidad compartida puede ser el germen de una articulación común.

Esto requiere más que comunicados. Requiere doctrina, infraestructura y decisión.

  1. Doctrina: declarar con voz clara el derecho inalienable de los países a desarrollar capacidades tecnológicas duales (civiles y estratégicas) sin ser penalizados preventivamente por ello. La latencia no es amenaza: es soberanía.
  2. Infraestructura: impulsar pactos regionales y acuerdos multilaterales que blinden, protejan y supervisen el desarrollo tecnológico autónomo, con reglas claras, transparencia y solidaridad ante agresiones externas.
  3. Decisión: actuar en bloque ante cada violación al principio de no agresión, condenar sin ambigüedad las doctrinas de «disuasión anticipada», y reconfigurar alianzas que ya no sirvan a los intereses de los países emergentes.

El fantasma de Hiroshima y el espejo del futuro

El ataque preventivo recuerda, en su lógica y brutalidad, a los bombardeos atómicos de 1945, donde la justificación fue no la necesidad militar, sino la imposición de un orden mundial. El Sur Global, testigo de aquel trauma fundacional, debe ahora decidir si se resigna a vivir bajo el eterno chantaje tecnológico de las potencias o si se convierte en arquitecto de una nueva legalidad internacional.

El silencio ante este nuevo Pearl Harbor invertido no es neutralidad: es complicidad. La historia ya no se está escribiendo en el Atlántico Norte. Se está escribiendo en las capitales del Sur.

Y aún no es demasiado tarde para tomar la pluma.

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