Tres caminos ante el nuevo orden multipolar: integración plena, participación prudente o neutralidad activa.

Santiago. A medida que el sistema internacional gira hacia una nueva multipolaridad, con alianzas que desafían el dominio histórico de Occidente, Chile se asoma a una encrucijada geopolítica. El bloque BRICS —originalmente compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y recientemente ampliado con nuevos miembros como Irán, Egipto y Etiopía— emerge como una alternativa de peso en el orden global.
En este contexto, voces en la academia, la diplomacia y el mundo empresarial comienzan a debatir si Chile debe dar un paso audaz hacia la integración, mantenerse como observador estratégico o simplemente preservar una distancia prudente. Cada opción implica costos y beneficios, tanto en lo económico como en lo político.
¿Tiene sentido que Chile se una a un bloque liderado por potencias no occidentales en momentos de alta fragmentación global? ¿O sería más inteligente participar sin comprometerse del todo? ¿Qué riesgos supone esta jugada frente a aliados históricos como Estados Unidos y la Unión Europea?
A continuación, tres miradas posibles sobre el mismo dilema: ingresar al BRICS, permanecer como observador o mantener la distancia. Una decisión que no solo definirá la política exterior chilena de la próxima década, sino también su lugar en el mundo que viene.
1. ¿Hora de cruzar el Rubicón geopolítico? Las razones para que Chile entre al BRICS

Santiago. En un mundo donde los viejos equilibrios globales se desmoronan, Chile enfrenta una decisión estratégica de largo alcance: ¿debería sumarse al bloque BRICS, liderado por potencias emergentes como China, India y Brasil?
Para algunos sectores, la respuesta es un sí contundente. Argumentan que el ingreso permitiría a Chile diversificar su política exterior y reducir su excesiva dependencia de Estados Unidos y la Unión Europea. “Estamos atados a un orden internacional en crisis. El BRICS ofrece nuevas rutas financieras, comerciales y diplomáticas”, señalan fuentes diplomáticas que promueven una reorientación hacia el Sur Global.
El atractivo del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), promovido por el bloque, también pesa en la balanza. Ser parte del BRICS abriría la puerta a líneas de crédito e inversión sin las condiciones estructurales impuestas por el FMI o el Banco Mundial. En un escenario donde el endeudamiento soberano vuelve al centro de la política económica, tener opciones cuenta.
Y no es todo. El acceso privilegiado a mercados como el indio o el sudafricano —todavía escasamente aprovechados por Chile— podría ser una oportunidad de oro para sectores agrícolas, tecnológicos y energéticos.
A nivel simbólico, la jugada también tiene sentido: marcaría un paso hacia una política exterior más autónoma, en línea con un mundo cada vez más multipolar. Un movimiento que posicionaría a Chile como puente entre América del Sur y Asia, una pieza clave del tablero global.
2. Entre gigantes y sombras: las razones por las que Chile no debería unirse al BRICS

Valparaíso. Pese al creciente interés internacional por el bloque BRICS, el ingreso de Chile a esta alianza no está exento de riesgos —y no menores— que han comenzado a alertar a varios sectores políticos y empresariales.
El primero: la geopolítica. Sumarse a un grupo liderado por China y Rusia, con miembros bajo sanciones internacionales como Irán, podría ser leído por Estados Unidos y Europa como una señal de alineamiento estratégico. “No es un simple acuerdo comercial. El BRICS es cada vez más un bloque político”, advierten analistas.
En segundo lugar, está el peso real que tendría Chile en la mesa. Rodeado de gigantes como India o China, el país tendría escasa capacidad de influencia, arriesgando ser un mero espectador en un club de potencias con intereses que no siempre se alinean con los nuestros.
En lo económico, el impacto es incierto. Si bien China es nuestro principal socio comercial, el resto del bloque no representa una parte significativa del comercio exterior chileno. Además, las estructuras económicas del BRICS —más estatistas y cerradas— podrían chocar con el modelo chileno de apertura y estabilidad institucional.
Por último, está el factor reputacional: ¿quiere Chile ser visto como parte de un bloque que desafía abiertamente el orden democrático liberal, justo cuando se enfrenta a su propio proceso de redefinición interna?
3. BRICS: ¿y si Chile opta por el camino del medio? La carta del observador

Santiago. En medio del debate sobre una eventual incorporación de Chile al bloque BRICS, una tercera vía gana terreno entre diplomáticos y expertos: participar como observador. Ni dentro ni fuera. Un pie en la sala, otro en el pasillo.
Ser observador le permitiría a Chile estar presente en las discusiones del grupo sin comprometer su política exterior ni generar fricciones innecesarias con Estados Unidos o la Unión Europea. Una apuesta por la autonomía sin caer en el alineamiento ideológico.
Desde esa posición, el país podría acceder a información clave sobre decisiones económicas, tecnológicas y energéticas que afectarán directamente al Sur Global. También le abriría oportunidades de cooperación con países emergentes sin alterar su arquitectura comercial actual.
Pero el mayor valor quizás sea simbólico: marcar que Chile no se resigna a ser un actor periférico, sino que busca jugar un rol activo —aunque prudente— en la configuración del nuevo orden internacional.
Eso sí, la jugada no está exenta de riesgos. Algunos observadores podrían utilizar a Chile como carta legitimadora en disputas con Occidente. Y si el rol de observador es puramente ceremonial, podría transformarse en un gesto vacío.
Aun así, en un mundo fragmentado, la flexibilidad es poder. Y en geopolítica, a veces, mirar de cerca vale más que saltar al vacío.
SANTIAGO JUNIO 2025
