El desembarco de Russia Today en un canal abierto en Chile reaviva el debate sobre libertad de expresión, soberanía informativa y guerra de narrativas en tiempos de fragmentación global.
Por Manuel Durán

La llegada de Russia Today (RT) a la televisión abierta chilena ha desatado una tormenta política y mediática. Mientras desde la derecha se denuncia la presencia de un medio estatal vinculado al Kremlin como un intento de injerencia extranjera, sectores de la izquierda lo celebran como una forma de diversificar el ecosistema informativo. El hecho, más que anecdótico, pone al descubierto la fragilidad de nuestras instituciones frente al nuevo tablero comunicacional global.
Los primeros en reaccionar fueron parlamentarios de la UDI y del Partido Republicano, quienes exigieron al Consejo Nacional de Televisión (CNTV) y a SUBTEL explicaciones urgentes sobre cómo RT logró posicionarse en la señal de Telecanal. Argumentan, con razón jurídica aunque no necesariamente democrática, que el canal está sancionado en la Unión Europea por su rol propagandístico a favor de la guerra en Ucrania y la desinformación sistemática.

Desde el otro lado del espectro, voces como la diputada comunista Nathalie Castillo han defendido la emisión, señalando que RT representa una alternativa válida frente a la hegemonía de medios occidentales como CNN, BBC o Deutsche Welle. Algunos incluso acusan una doble vara: nadie discute la presencia masiva de medios atlantistas en nuestras pantallas, pese a su propio historial de alineamiento con agendas de guerra o intervenciones encubiertas.
La prensa ha reflejado esta polarización. Mientras La Tercera y BioBioChile ponen el foco en los vínculos financieros opacos y los antecedentes sancionatorios de RT, medios como El Ciudadano o Pressenza argumentan que la ofensiva contra el canal ruso responde más a una censura ideológica que a una preocupación real por la calidad informativa. Y al parecer a nadie le llama la atención o le quiere llamar la atención sobre un tema estrictamente económico y comercial, el hecho de que aparece una nueva alternativa en el ya alicaído mercado de medios tradicionales chilenos con una oferta diferente que puede poner nerviosa a la competencia ya instalada.
¿Quién tiene la razón? Tal vez ambos bandos se equivocan en lo esencial: no se trata de defender o condenar a RT, sino de asumir que estamos inmersos en una guerra global de narrativas, donde todos los grandes actores —Occidente incluido— utilizan a los medios como instrumentos estratégicos. La pregunta clave es si Chile cuenta con la madurez institucional y ciudadana para enfrentar este escenario con criterios propios.

La transparencia en la firma del acuerdo, la responsabilidad editorial de Telecanal, y el rol fiscalizador del CNTV son elementos ineludibles. No se trata de censurar a RT, sino de asegurar que cualquier medio extranjero —sea ruso, estadounidense o chino— opere bajo reglas claras.
Chile necesita un debate serio sobre pluralismo informativo en tiempos de guerra híbrida. Cerrar el acceso a medios extranjeros por su origen sería un error autoritario; abrirles la puerta sin regulación sería ingenuo. Lo que se impone es una política de medios que combine apertura con exigencia, libertad con responsabilidad.
RT no es el problema. El verdadero riesgo es seguir actuando como espectadores pasivos en un mundo donde la televisión ya no solo entretiene, sino que combate.
Santiago de Chile 27 de junio 2025 , 18.38 hrs.
